AL CONTRATAQUE
Ernest Folch
Franco no ha muerto
23 de mayo del 2013
La famosa condecoración de la delegada del Gobierno en Catalunya a la División Azul no fue un desliz, como se nos hizo creer, sino un síntoma de una metástasis profunda que afecta a todo el sistema. Casi cuatro décadas después de que el Caudillo muriera tranquilamente en su cama, España sigue delatándose con toda una simbología franquista inagotable: ahí está, intacto, el vergonzante Valle de los Caídos, o la avenida del Generalísimo en Boadilla del Monte, el monumento a Carrero Blanco en Santoña y tantas otras afrentas incontables que tienen todos ustedes a la vuelta de la esquina en pleno 2013.
Sin embargo, el franquismo más peligroso no es el que da nombre a ninguna calle sino el que subyace en los tics de la ley Wert, en la unidad patria que reclama el resucitado Aznar, en las sentencias del mal llamado Tribunal Constitucional o en esas tertulias predemocráticas en las que se sigue combatiendo a aquellos rojos y separatistas de antaño. Eso sí, todo perfectamente legal, que es lo que se dice en España cuando se atropella la moral.
El timo de la transición
Años ha, ¿se acuerdan?, se nos explicó aquel cuento que decía que la transición era el único pacto posible para llegar a la democracia. Ahora ya sabemos que aquel acuerdo no fue más que un timo, una maniobra para evitar la justicia y absolver a los responsables. Después del apartheid se estableció en Sudáfrica la Comisión para la Verdad y la Reconciliación, que logró restablecer la memoria y hacer justicia, dos premisas básicas para que una sociedad pueda volver a ser libre. España optó por la vía inversa. Escondió su pasado siniestro debajo de la alfombra y humilló a las víctimas de la dictadura con el peor castigo que existe: el olvido. Toda una literatura muy orquestada, en forma de películas, libros aplaudidos y discursos caducos, ha querido convencernos de que la transición fue ejemplar.
Pero bien entrado el siglo XXI las heridas que nos dijeron que se habían cerrado para siempre no solamente siguen abiertas sino que se han infectado gravemente. Muestra de ello es lo que sucedió hace dos días escasos en el Congreso de los Diputados. Una inofensiva proposición no de ley que instaba a convertir el 18 de julio en el día de la condena de la dictadura franquista fue tumbada, cómo no, con los votos del PP, el partido que tuvo como presidente de honor a un franquista miembro de los Consejos de Ministros donde regularmente se decidía la ejecución de gente inocente y que murió, fiel al espíritu de la transición, con todos los honores. El resultado es que flota en el ambiente una idea enfermiza según la cual el franquismo fue en realidad una dictablanda. Los que fueron encarcelados, torturados o perseguidos por sus ideas asisten perplejos a una segunda y terrible condena. Porque lo que en realidad quieren los descendientes de los ganadores de la guerra civil es volver a ganarla hasta el fin de los tiempos. Como dijo aquel, pero al revés: españoles, Franco no ha muerto.
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